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TESTIMONIOS

1988 Advientos (Embajada Francia) 1a.jpg

Al principio la materia se resiste. No obedece a mis deseos. Hay una lucha a veces violenta y casi desesperada entre la visión que tengo de la obra y la materia informe con la cual estoy luchando. Poco a poco se establece una relación, aparece algo como un lazo profundo y tierno entre ese ser que se esta formando y mi ser, estamos el uno frente al otro, nos contemplamos y algo poderoso nos une. Ya el objeto se perfila, es como yo lo vislumbraba en los momentos de quietud o de insomnio, ahora recuerdo perfectamente las texturas que tenía entonces; me entusiasmo, lo trabajo con mayor ímpetu y llega el momento sagrado en que cobra vida y es un hijo mas.

Mi hijo y yo tenemos momentos mágicos de intensa felicidad. Esta pieza es buena o mala?. Pregunta absurda. Este ser es algo creado por amor, es genuino, proviene de mis entrañas, en él no existe lo intelectual, lo racional; él es puro sentimiento, es auténtico. Como tal debe ser respetado. Quizás el observador hablará de « estilo », « composición », « armonía », « buen o mal gusto », « barroquismo », etc, etc. Lo instintivo, lo íntimo de la obra es algo muy dificilmente perceptible por el observador. Quizás en ese carácter secreto de la obra de arte reside su mayor poder de seducción.

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Colette Delozanne

Higuerote, 1971

 

 

 

 

Reconozco un idéntico movimiento de amor y curiosidad en las cerámicas. escultóricas de Colette Delozanne (...) También reconozco la revelación y el choque que causa la discrepancia entre la sociedad sin valores que emerge del super desarrollo y la tecnología ideológica (de donde proviene Colette), y el reencuentro con viejas sociedades como las precolombinas, apoyadas en el resorte básico de lo sagrado (...). Las obras de Colette Delozanne son un resultado cabal de estos hallazgos, disposiciones y propósitos. De los tres grupos que me gustaría dividir la exposición —las piezas en forma de torre, las piezas huecas y los objetos de formas más libres y compactas—, pienso que las torres son sus logros más afortunados (...). Tienen un encanto y Una fuerza, una humildad frente a los materiales y una prudencia ante la invención decorativa, que las vuelve espléndidas.

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Marta Traba

Fragmento, “Ultimas Noticias” Caracas, 12-05-1974

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Objetos fundadores de la civilización, elaborados por Colette Delozanne como si estuviera cumpliendo un rito propiciatorio que entonces adquiere el carácter de taller de creatividad. Con los materiales del caso, esta artista organiza las formas diferenciadas de la cultura, producto de la techné, como la entendían los antiguos, como proceso de la vida arcana del ser hasta su culminación en conocimiento. Por esta vía su admiración desemboca en el arte precolombino, hecho “para complacer a los dioses”. En un fuego semejante que estaba consagrada a nutrir ideas sacras, la tierra moldeada por sus manos se transforma en principio, el principio en conducta y la conducta en ley universal. Y entonces la pieza de arte actúa otra vez en función genérica. Vistas en conjunto tenemos una idea cabal del mundo, fantástico por las voces que da al hombre sin obtener respuesta. Saturada de Francia, donde nació, Colette Delozanne identificó plenamente sus facultades de fabricar y residir en el ser, lo que otros llaman psiquis, con su residencia en Venezuela. Aquí experimentaría, al aspirar la tierra y localizar sus colores primordiales, una necesidad física, imperiosa, irrefrenable, de asociarse con lo que ahora se le reveló como sabiduría de la naturaleza. Un mito en Europa. Entonces trasladó sus útiles de ceramista a tareas rituales y la cerámica a la temperatura del misterio. Para corroborar lo real-maravilloso (qué razón tenía Alejo Carpentier", el diseño se basa en una fusión de elementos vegetales, minerales, animales, enriquecidos a su vez por la vida de la textura que en todo caso afirma las propiedades de los medios en una elocuencia común de resultados. El espíritu debe andar mezclado necesariamente en la operación de elevar la arcilla a la categoría de un símbolo litúrgico. Colette Delozanne no trabaja en el vacío. En todo caso, el desarrollo de la forma ocurre como una ceremonia que estuviera dirigida a exaltar un poder supremo, tanto más desconocido cuanto mayor es su eficacia lingüística. La construcción de la deidad ante los ojos que la ignoran, que perdieron su rastro en la era industrial. La inhabilidad del mundo, hoy, para establecer efectivamente el valor de las relaciones entre ser y la naturaleza.

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Rafael Pineda

Fragmento, “El Universal”, Caracas, 15-12-1974

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En este sentido, el premio ganado por Colette Delozanne no solamente resultó sorpresivo, sino que también constituyó una verdadera revelación. Porque el triunfo de esta artista viene a ser doblemente meritorio puesto que el hecho de ser casi una desconocida y de haber desarrollado su trabajo al margen de exposiciones la situaba en franca desventaja con relación a sus competidores. Fue única y exclusivamente la calidad de las piezas que enviara a Valencia lo que hizo que el jurado decidiera concederle el Premio Nacional, sin tomar en cuenta consideraciones de cualquier otra especie (como prestigio, trayectoria, amistades relaciones públicas, etc.)

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Perán Erminy

Fragmento, “El Nacional”, Octubre 1977

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Porque tus obras, es cierto, son hechos materiales, esculturas que se sostienen firmes, erectas, como las fuertes rocas puestas mucho antes por el hombre para marcar la ruta que va desde el Atlántico hasta Asia. Sus hendiduras, sus puertas, ventanas y postigos, barridos por el aire, le confieren el perfecto y armonioso equilibrio de la sustentación, su derecho a vivir y a permanecer sin apoyo: en el espacio dentro del cual están ubicadas. Son obras duras, de expresión desnuda, esencial. Al situarnos frente a ellas, nos conmueve bruscamente. Mas cuando la inquietud, lentamente, trata de abrirse paso a través del estremecido universo sensible, algo nuevo hiere regiones aún no tocadas de la sensibilidad obligándonos a volver sobre nuestros pasos. Nos damos cuenta, de pronto, que los espacios internos que atraviesan tus esculturas, que nunca son espacios virtuales, albergan en su interior, revistiéndolos de espiritual corporeidad, fuerzas profundas, poderosas y primarias fuerzas envueltas como tú mismo las denominas citando al Popol Vuh. Nos olvidamos, entonces, que estamos frente al barro de amarga textura, frente al barro quemado, a veces burdamente retocado, a veces golpeado, estrujado, herido. Nos encontramos, ahora, ante grandes moradas horadadas en la piedra viva, pobladas de soplos y misteriosas corrientes subterráneas que nos detienen y conquistan hasta conducirnos, subyugados, al interior mundo de las esencias primarias.

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Inocente Palacios

Carta a la artista 02-12-1977​​

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​Colette Delazonne es una de nuestras más originales y exigentes artistas. Su reciedumbre expresiva se nos distingue rotundamente, al relacionarla con otras expresiones y pensamos que se nos destaca cuando notamos que su lenguaje de mágica imaginación constructiva, no se limita exclusivamente, a modelar lo que muestra una cosa, un objeto, una planta, como superficie, límite, redondez. Desde un principio su arte trajo consigo una visión creadora mucho más abarcante en tiempos, espacios, que la que ofrece el redondel refulgente de un fruto, o de un pocillo, o de una hoja sobre la blancura abierta de cualquier cuaderno. De aquí que surja una de las primeras condiciones artísticas para que su forma escultórica se nos plantee con posibilidades más de sugerir que la de ser sólo figuración análoga al concepto, imaginado, escogido. Y de allí también, una consecuencia del conjunto titulado “Los seres esenciales”. Y esto no debe extrañar. Colette Delozanne, y como resultado de esa materia suya, en todo instante dando lo más autóctono de su movimiento horizontal, vertical, nos otorga como centro, o eje principal de la unidad temática, lo ya desaparecido, galerías “recintos sagrados” junto a lo que podría ser el albergue de los siglos venideros, como si dentro de ella, lo más urgente hubiera sido aglomerar indirectamente, en su materia y su color, cuanto ha dejado de existir con lo que probablemente será y así manifestarnos a través de la dramática y andante sonoridad de su lenguaje, que no somos sólo un esquife solitario atravesando sin cesar el mundo, que poseemos un principio en la tierra y que existimos junto con ella, con el aire, los horizontes, la catedral, el edificio, el cohete.

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Elizabeth Schön

Fragmento, “El Nacional”, Caracas, 19-10-1981

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Un trascendental sentido religioso es la razón de ser de la escultura de Colette Delozanne. Debemos aclarar, sin embargo, que de manera alguna se trata de la religiosidad de algún culto establecido. Más bien la artista opera afianzada en un misticismo de las formas naturales y de la fuerza más vital y creadora del hombre: el amor. Usualmente compuestas por dos o más unidades —evidente alusión a vínculos y fusiones— las esculturas de Delozanne poseen Una innata monumentalidad, aun cuando están realizadas en pequeño o mediano formato. Porque son obras concebidas a la medida física del hombre, pero a la vez hechas sin apartarse de la naturaleza, infinita en el alcance sensible que tiene sobre nosotros. De este modo se nos invita a cumplir recorridos dentro de espacios humanos y a la vez divinos, pasando de una a otra sección de las obras adentro, afuera, arriba, abajo, adelante, atrás, en un continuum de tiempo y espacio, de materia y vacío, de movimiento o inercia: continuum tanto espiritual como corporal. Los espacios bellamente cautivos, las proporciones siempre armoniosas, el cromatismo sutil y terrenal y, sobre todo, las inefables correspondencias entre volumen y vacío, nos impulsan al requerido tránsito dentro de nosotros mismos, unificados a la naturaleza y fortalecidos por la creencia en los positivos, “sacralizantes” influjos del arte y del amor.

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Antonio Arraiz

Fragmento del texto del catálogo Once Visiones Vitales, Galería El Muro, Caracas, 1986

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La obra de Colette Delozanne a la entrada del Teresa Carreño, obra orgánica, barroca, profusa y “sensorialista”, bien vale en este sentido un interés particular. Ella es también abierta. Pero, No se abre porque se despoje o porque requiera del vacío, no se abre en el fragmentar, simplificar o sintetizar como las obras abstractas constructivas de la modernidad. Ella es invitadora y receptiva. Se abre sólo para atraer. No está completa si usted no ha entrado. Su vacío no es necesidad racional sino ardid de lo vital para ser aún más vital, su vacío es atrapador y envolvente.

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Maria Elena Ramos

Fragmento, “Papel Literario”, El Nacional, Caracas, 12-01-1986​​​

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Me gusta imaginar las esculturas de Colette Delozanne como señales en el tiempo erguidas de algo que tuvo sentido sagrado para pueblos creedores y arcaicos desaparecidos. Las veo, sin necesidad de hacer un esfuerzo de abstracción, como monumentos que persisten extintas las culturas que los originaron. Esas estructuras verticales están relacionadas por sus formas, sus texturas y el espíritu que transmiten, con los dólmenes, las piedras alzadas, las galerías cubiertas, los sepulcros de corredor, los menhires de las culturas megalíticas anteriores a las invasiones indoeuropeas y presentes en varios continentes, aunque se insista en su raigambre sólo euro-occidental.

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Juan Liscano

Extracto del “Papel Literario”, “El Nacional”, Caracas, 09-07-1987​​​

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Su intención mestiza se perfila en la búsqueda denodada por penetrar para descubrir, asimilar e incorporarse. De este encuentro de convergencia ha salido la legitimidad de su potencialidad que le ha permitido retroceder para avanzar, rememorar para prefigurar, retomar para crear, enraizar para despegar. Colette Delozanne siente en lo más entrañable esta complementación y transcribe con soltura los designios que de ello se derivan. Es por eso, que sus esculturas se arman con una idea de complementación y de integración. Los elementos verticales se apoyan en los horizontales, los módulos se sostienen recíprocamente, las partes se armonizan con vocación totalizadora, la connotación mineral se incorpora a la denotación vegetal, los rasgos arcaicos se resuelven con orden acabado, los prismas naturales interactúan con las resoluciones elaboradas. Aflora, entonces, una obra que concreta la imagen de un ayer que es todavía a través de la vivencia de un presente. Esta curiosa y enrarecida conjugación se concreta en formas que rebasan su materialidad plástica para reivindicar la legitimidad de signos místicos, de refugios espirituales, de figuras míticas, de siluetas híbridas, las áreas penetrables y de organismos abiertos, en donde lo atávico, lo telúrico y lo humano son factores de una misma aspiración intelectual y de una misma reciedumbre intuitiva.

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Victor Guedez

Texto inédito​​​​

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COLETTE DELOZANNE : CONSTRUCCIONES SEMBRADAS

Colette Delozanne ha desarrollado la escultura desde mediados de los años sesenta. Siempre mostró interés por trabajar con el elemento primigenio de la tierra, no elaborando objetos de orden utilitario, sino mostrando al mundo objetos estéticos, objetos que buscasen la complacencia visual y, sobre todo, objetos de profunda interioridad simbólica. Desde sus inicios ha recurrido a los símbolos por ser generados inconscientemente en el colectivo común, permitiendo así que su obra alcance a un público múltiple y extenso.

Sus esculturas asemejan recias construcciones sembradas, idolillos, altares, grandes damas danzantes, como afirma la artista. Además, las podemos apreciar como grandes hábitats de meditación y por ende de reflexión; son metamorfosis de la materia viva que respira y arrastra la historia, que simula poesías, que se nos muestran a través de profusos óculos -de visión, de respiración, de purificación y de misterio-, que nos dejan ver diversos mundos, diversos seres, quizá los seres originarios o los seres por venir. A través de los tentáculos ascendentes, pliegues y repliegues de sus sinuosas creaciones podemos sentir el Universo, su calidez y su dolor; sufrir la agonía de este absurdo fin de siglo, encerrando la interioridad misma de la artista que se muestra preocupada por la continua pérdida de creatividad y de valores en las nuevas generaciones.

 Colette Delozanne ha sido fiel a un código artístico y vivencial que le ha permitido mantenerse vigente en el transcurso de los años con un trabajo que muestra la individualidad de su estilo, presente en sus construcciones barrocas como mezcla de un bagaje cultural de la Europa de postguerra y la América siempre barroca. Secuencia de óculos que desmaterializan la masa, convirtiéndose en agente de comunicación; ámbitos del tiempo, el espacio y la existencia.

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Zhelma Portillo

Catálogo de la exposición Hondo temblor de lo secreto, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 1995.​​​​

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COLETTE DELOZANNE : LAS ALAS DEL BARRO

La obra escultórica de Colette Delozanne se apoya en el barro para trascender lo, para elevarlo a la categoría de material sublime. Hecho por la naturaleza, amasado por el hombre y ofrendado a Dios en las esculturas del artista, el barro tiene la capacidad de elevarse, de adquirir alas para llevar a las alturas unos mensajes de fe y de amor, de esperanza y trascendencia, de armonía y solidaridad que hagan efectivo el encuentro fundamental entre el hombre y Dios.

Nuestra escultora replantea temas y símbolos universales para que su obra vaya más allá de ella misma y se transforme en una invitación a la reflexión y el replanteo del hombre y la humanidad. Los receptáculos, los pórticos, los nichos, las cavernas, los vientres, los vértices, los corazones sangrientos y ocultos, la rosa medieval, las oquedades, se unen a los vínculos, a los encuentros, a las vigilias, a los abrazos, a los temblores, al secreto, al fervor para que la escultura de Colette Delozanne sea vocera de un tiempo nuevo signado por la reconciliación y los encuentros.

Verdadera síntesis de culturas y creencias, la propuesta de la artista lleva implícita la historia de la hierogamia, de los ansiados contactos entre el hombre y la divinidad. Menhires moldeados, túmulos diferenciados, iglesias arcaicas, torres reconstruidas, mezquitas occidentalizadas, pagodas novedosas, catedrales humildes, basílicas sin pretensión, pirámides modestas, stupas intemporales, las esculturas de Colette Delozanne son la concreción de un deseo de trascendencia y la expresión de una necesidad de fe.

Barro alado que asciende al mejor de los encuentros, aquel en el cual la creación se encuentra con el Creador para que, en esa amalgama deseada, perseguida, reiterada, se consolide un universo libre de guerras e injusticias, de mentiras y falsedades, de muerte y traición. Canto a la vida, a ésta y a la eterna, la escultura de Colette Delozanne es una respuesta clara, evidente, sumisa y pronta, a la orden emitida por Dios: “Tú hijo de hombre, tómate un adobe y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén”, [Ezequiel 4,1).

 

Enrique Viloria

Catálogo de la exposición Hondo temblor de lo secreto, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 1995.​​​​​

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EPANOUISSEMENT

Esta palabra arcaica, vértice originario del verbo, nos da la visión de una eclosión, de floración múltiple. Fuerza abstracta y fuerza conformante, materia pura y materia visible, energía y forma. Este doble paso capaz de unir el verbo con la forma, la voluntad con la materia creada y regida por un orden, tiene a su vez un triple supuesto, una hipóstasis de creación. Colette Delozanne, quien además de escultora es poeta, lo sabe, por eso escogió la palabra Epanouissement para representar la unión de su voluntad trascendente con la obra creada a través del espíritu o alma del mundo. El primer acto de creación, es decir, el acto creador del mundo tuvo su hito en la unión hipostática del verbo con la naturaleza humana. Pero aquí la voluntad poética, la voluntad creadora se revela a través de las manos: son las manos las que provocan la salida del caos, son las manos las portadoras, “las voceras” de un espíritu cuyo aliento constituirá esa flor sagrada y mayestática de barro, con la unión de los cuatro elementos agua, tierra, fuego y aire. Flor de especie original, flor Única rosa de siete pétalos que simbolizan la secuencia de la creación, el orden sagrado de sus jerarquías desde el mismo momento de la floración o eclosión primaria, hasta llegar al “hondo temblor de lo secreto”. La tierra es el cuerpo de la creación, es la materia, la madre, pero, ¿hacia dónde apunta esa floración reconcentrada en sí misma, esa palpitación de piedra que surge y se mantiene en medio del caos, como los pilares sagrados que sirvieron para sostener los primeros árboles? Aunque el acto de creación es extra temporal, la existencia de los mundos se despliega en el tiempo desde el primer gesto hasta llegar a lo más cerca del inicio, y así fundirse en el punto de fuga que elimina la distinción entre lo manifiesto y su origen. Eso lo sabe también nuestra escultora poeta. Ella sabe del viaje y del “fervor caminante” que nos impulsa al encuentro de esa revelación, de esa verdad. En medio de la “múltiple sonoridad” que acompaña nuestra existencia temporal, en medio de la luz, ella nos anuncia la necesidad de velar, de estar en “vigilia”, de no perdernos la extraordinaria y Única visión que comporta la conciencia de que las infinitas formas del mundo están entrando y saliendo permanentemente de la existencia. ¿De dónde salen y hacia dónde entran? He ahí el secreto, el misterio de ese incesante e ilimitadamente abarcador espacio que nos contiene.

 

Edgar Vidaurre

Catálogo de la exposición Hondo temblor de lo secreto, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 1995.​​​​

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ARBOLEDA VIAJERA

Desde su comienzo creador, Colette Delozanne estructuró su obra dentro de una visión dinámica, existencial, de ascenso hacia lo más alto. Sus esculturas anteriores agrupadas en torres habitables para el helecho, el agua, el musgo, se yerguen llenas de plataformas, pendientes, aún guaridas. Una materia sólida, carrasposa, las mantiene con la firmeza del roble, y la audacia del bergantín. Cada una de ellas nos da la sensación de traer consigo una belleza de raíces muy profundas, perdurables, en cuyo germen entrañable, no visible, la tierra, además de seguir siendo el elemento fundamental de la artista, posee el hallazgo de injertarse al pulso pasional, escultórico, de esta nuestra Colette tan admirable, honesta y genuina. Hoy, en estas esculturas nuevas, lo redondo, lo vertical, las amplias aberturas espaciales, parecieran ser los baluartes fenomenológicos de los que se sirve la autora para que en cada pieza se manifieste ese deseo de elevación que nos imaginamos va más allá de lo exigido por la interna vivencia de la autora. Mas, si observamos este imprescindible anhelo de ascender, notamos que el reto por alcanzar lo más alto, tiene su origen en la autora al poner en sus grandes esculturas la necesidad de apresar lo que proponen las distancias, aún más, el requerimiento de acercarse a eso indescifrable que nos llega desde lo más remoto y que atrae tanto hasta alcanzar el momento de asir su original centro primario. Y si no nos equivocamos, es la ansiedad por lo remoto, uno de los motivos que hace a esta obra contener una raigambre de orden universal y cósmico al verificar que en cada escultura se mantiene vigorosa y constante la misma ansiedad de búsqueda hacia la grandeza de las alturas.

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Elizabeth Schön

Catálogo de la exposición Hondo temblor de lo secreto, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 1995.​​​​

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UN TIEMPO, UN ESPACIO DE CREACIÓN

La obra de Colette se inserta en el tiempo de los artistas de la abstracción que tuvieron como motivaciones creadoras una orientación espiritual, Marc Chagall, Wassily Kandinsky, Brancusi, Paul Mondrian, Henry Moore, Joaquín Torres García, Gonzalo Fonseca, Etienne-Martin. Obras presentadas en formas abstractas, fundamentalmente orgánicas, en geometrías elementales, en figuración conceptual, para definir y expresar sus espacios sagrados, los de la vida y los de la religión. De estos artistas, especialmente el latinoamericano Joaquín Torres García con su teoría de la Simbología Universal, atañe a la búsqueda de Delozanne, el trascendentalismo de cosmogonías concretizado en proyectos y esculturas para habitar como plenitud de espacio. Obras iniciáticas con valor simbólico en títulos, definiciones, formas y contenidos.

Su obra pertenece a la familia de artistas latinoamericanos y europeos que se han acercado a sus fuentes culturales y míticas más primigenias. Desarrollando una obra, cuyo significado se sitúa en las lecciones que la historia le ofrece, se detienen para reflexionar con la razón y el corazón sobre su identidad simbólica. Dentro de éstos recordemos a Carlos Mérida, María Luisa Pacheco, Fernando de Szyszlo en pintura y los escultores Marina Núñez del Prado, Alicia Penalba, Jorge Jiménez Deredia. La iconografía de cada uno es reveladora de universos reconocibles en la historia del arte del hemisferio americano, implicando, sin embargo, lo universal como principio conciliador de creación. En sus casos, la interrogante sobre el Ser y el Estar, como también en el de Colette, se ubica en el origen metafísico y cósmico que comprueba, en su condición abstracta, el principio opuesto a sus posibilidades de asumir la figuración bajo la condición de expresarla en otra dirección iconográfica. No existen dudas de que, al lado de estos artistas, las referencias a posibilidades de imágenes reconocibles en contexto, Delozanne aplique la de una arquitectura concentrada en espacios espirituales. Si la escultura de la Penalba o la de Núñez del Prado es maciza, la de Colette es espacial, llena y vacía simultáneamente. Significa que reduce lo metafísico al poder de la tridimensionalidad sin carácter especulativo.

No puede verse y apreciarse la obra de Colette a partir de una percepción periférica. Sus contenidos juegan con la producción de un placer estético y también con la elevación de un concepto y sentimiento míticos. Sin que haya querella entre forma y significado, en orden isomórfico, ella convierte Mitos y Dioses extraídos de la materia barro de su propia cultura personal, en obra simbólica de revelaciones. Como en las religiones antiguas, se comporta como demiurga de sus propias creencias. El plano artístico-plástico en el que sitúa sus preocupaciones espirituales, muestra un excepcional manejo de sus recursos al utilizar desde los matices más imperceptiblemente sutiles hasta aquellos en los que se concretan realidades más rudas.

El significado de la escultura de Colette, debe ser interpretado como el misterio esencial de la libertad del hombre y del artista. Ante su realidad pasada y presente, asume, como fundamento y herramienta, el dejar correr y apuntalar la sensibilidad. Desde la mitad del siglo XX, ella moldea el barro para dar nueva forma y otro tiempo a cosmogonías que han animado al hombre. Desde aquel que inició la civilización al descubrirse el brazo y la mano como conductores del fuego sagrado de los dioses que vigilaban su vida. La artista expresa en su obra a lo largo de toda su trayectoria, lo sagrado, la espiritualidad, la búsqueda del centro, el amor por la naturaleza, las interrelaciones de todos los fenómenos de la naturaleza, ese es su Credo.

 

Bélgica Rodriguez

Colette Delozanne: Escultora, Armitano Editores, 2004

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